Enfermo de Amor

Cierra la puerta, se escapa el calor
y las palabras hacen eco en toda mi vida.

En mis ojos, sin querer abrirlos,
relumbran tus fantasmas;
si fueran ventanas ya los habría fregado
para así, desaparecerte.

La noche, la llama humeante,
madera verde,
sólo calienta, no quema,
sólo arde cada rincón que habita en mi.

¿Qué será de las rosas?
Son, seguro, pétalos derramados en tristeza,
como sangre que mana de un herida recién hecha;
cuando caían los pétalos,
la sangre cortada, se oía cada golpe
como un portazo;
anda, como cuando cierras la puerta
con toda la fuerza y tiras las rosas.

Se abrió mi corazón, estambre suelto,
noche sin obscuridad,
vacío, ya no tienen sangre.

Ya no hay vidrios en las ventanas.

Sonaba un sollozo, el viento agitaba al columpio,
la calavera está más fría que nunca.

Esa maldita mujer que me ha espinado hasta el olvido.
La sangre que ampolló mis ojos de niño
jamás pintó su boca.
Sus palabras se lavaron en el dolor, quién sabe cómo lo logró...

Esa maldita mujer no me deja dormir,
ni vivir;
estoy tan seco y salado que no puedo arrojar saliva
y todo lo que toco no puede albergar vida.

¿Ya para qué vuelvo a amar?
Todo es muerte.
Sólo el toro tiene corazón, y a éste le llega,
también,
pronta la muerte.

Mi oído solo escucha huesos, heridas,
maldita, maldita mujer,
hasta me has robado la música, la poesía.

Mis ojos te ven porque fuiste vida disfrazada,
cuando en verdad eres la muerte.

Anda, cierra la puerta al salir,
y que nunca cojas ni un poco de suerte.

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