Temblando

Me desperté temblando y tú no estabas a mi lado.

Todo de Mi habla de Ti

Tengo miedo.
Tengo miedo a enamorarme.

Tengo miedo a que todo lo malo,
todo lo que hubo pasado,
de algún modo se repita.

Tengo miedo a entregarme como lo hacía,
de una manera ciega, con las manos en el fuego,
con los pies descalzos; con la vida mía,
en tus manos.

Tengo miedo que todo el amor,
del cual he escrito y deseado en mi vida,
se haya esfumado,
que no quede un pizca
ni un momento más de pureza y sencillez.

Tengo miedo de sentirme perdido
una vez más.
Sin amor, sin mi amor,
con la confianza rota,
con las horas mordidas
con las miradas raídas
y los colores, los colores aún más difíciles de mirar.

¿Será que sí?
¿Que todo el amor que había se murió?
Ya no puedo sentir, ¿por miedo o por pavor?,
o tal vez sea mucho más simple, no puedo sentir,
porque ya no hay nada que sentir.

Sin canciones que cantar,
sin miradas, de ojos bellos,
que me lleguen a perdidamente
enamorar.

Guíame en mundos,
curame.
Hazme respirar.
Hazme sentirme vivo.

Vivo y caliente en el pecho,
en el corazón.

Ahora sólo siento soledad,
soledad espiritual
y soledad de mi alma.

Dolido de saber que no tengo al amor de mi vida,
porque si lo tuviera me amaría de regreso,
estaría conmigo, en esfuerzo y en pasión,
cosa que es muy clara, no sucedió
porque solo me quedé satisfecho de dolor.

Soledad,
musa de mi palabras,
¿quién sino tú?

Tan perdido,
tan estúpido, por creer en ti,
en ti, en ti y en ti.
Las puedo señalar porque, aunque hice mal,
no hice tanto como para perderlas,
pareciera que hice de más y así perdí.

Quisiera ser un águila,
majestuosa y sensual, con grandes alas
y al aire dominar;
un bello y rápido colibrí
que bese las más bellas flores,
un cóndor,
gigantesco, imponente,
rey del sur, en nieve vivir;
lo que quiero es tener alas
y de este lugar, poder volar...

¿Tan cobarde soy?
Antes, después de tener el corazón roto,
o hasta arrancado del pecho,
me aventaba al amor sin nada más,
¿será que aprendí?
Lo que me preguntó,
lo que me tiene consternado es el:
¿Qué me pasó?
Porque ya no puedo ser quien era,
a quien amaba,
aquel que luchaba por el amor,
visceral,
creciente,
monumental,
absoluto,
sincero,
jovial,
pasional,
una lista interminable de atributos,
ahora aquel, yo, todos los poemas,
todos están marchitándose.

Muerte, muerte.
Muerte. Muerte.

Ya las fotos,
en lugar de tatuajes,
los besos,
en lugar de escalones,
son hojas caídas de mi árbol,
un árbol que soy yo,
un árbol que se nutría de amor.

El otoño ya ha llegado, está entrando el invierno.

Y como siempre, aún hay algo vivo, pequeñísimo, ínfimo en mi,
hay esperanza de que me ames, de que vengas a curarme, a salvarme,
a ayudarme a florecer de nuevo y para siempre.




Decir no te amo

Lo cierto es que fingir que no te amo
es una despedida cruel y mezquina,
un adiós que sigue y sigue rodando,
sin jamás cerrarse.

Del silencio.

Callé mi corazón pensando que la vida
era una estrella que destellaba para siempre,
su resplandor sería siempre igual.

Dejé de hablar y más, peor,
dejé de sentir las olas y las costas,
los olvidos los dejé perdidos.