Siete versos


Apagué los focos que tenía abiertos,
tapé ventanas, con madera y clavos,
y unos pasos suaves,
apenas quebraron el silencio
del triste piso que abandonaba.

La candela ardía en la veladora,
arrojaba sombras sin consuelo,
como noche sin estrellas, como flor sin pétalos;
me recordaba tu cuerpo rígido y rebajado,
sin mayor vivir.

Me quedé tendido, hasta el alba,
sin sentir los ruidos que el silencio regala,
para resolver el misterio
de porque yo vivo y tú mueres.

Quisiera saber rezarte,
pero quiero mas a los olivos y olmos
que enmarcan el recinto.
Son tan majestuosos, como tú,
y tan poco orgullosos, distanciándose de ti.

Recuerdo tu vida como un sufrimiento,
un péndulo de espinas,
que poco a lento hace nicho
en el olvido, mas que en el luto.

Ahora que ya te has ido,
el helado invierno, los fuertes aguaceros,
el impenetrable tráfico, la pobre niña que fuiste,
de ellos, sólo con éstas líneas los recuerdo.

La podredumbre que era musgo del alma mía,
esa mancha que veía y me era repugna,
se ha ido al cielo, en absoluto silencio 
y ha dejado de estar tan triste, ahora que has muerto.