Pasaje


Iba en un vagón de metro, no recuerdo si parado o sentado,tal vez estaba recargado contra la puerta; sintiéndome un anarquista porque dice: "No recargarse", iba pensando en las bondades de la vida y como el hombre las ha dejado ir en busca de comodidad.


Es, más bien, fue, uno de esos días que no le encuentras mucho sentido a la vida, que te sientes fracasado porque tus sueños aún no se han realizado, pero a la vez estás frustrado porque no tienes el valor para aventarte de lleno a cumplir tus sueños.


"Jodida realidad" se llama.


Pero bueno, así empieza el día. En un vagón de metro, un anarquista frustrado está haciendo un poco de viaje. O sea, está viajando a algún lugar. Con una chica.


Esta chica era problemas, no un problema, sino muchos problemas. Una de esas mujeres impresionantemente guapas, atractivas, gran cuerpo, ya saben de esas curvas latinoamericanas que a cualquier hombre y caballero le atraen, al estilo Sofía Vergara o Monica Belluci. Voluptuosa. Además de ser la perdición carnal de este interlocutor era una transgresora de las normas cívicas de comportamiento, de las leyes de transporte urbano y en general de la naturaleza y la física newtoniana.


Pero bueno, estábamos en este metro, en un país de "primer mundo", donde la policía se sube de manera aleatoria a revisar si pagaste o no tu entrada, porque hay mucha gente que no lo hace y se salta o hace cosas por el estilo para ahorrarse los centavos que cuesta el billete para acceder a usar estos servicios. Ella era una de estas personas transgresoras del sistema de transporte urbano.


Íbamos a hacer un viaje y estábamos a unas poquísimas estaciones de nuestro destino, para luego tomar un avión, camión, tren o que ella robara un coche, y salir de esa ciudad; cuando se sube la policía a revisar los tiquets.


Yo como soy una persona muy decente, a veces y más que nada los jueves, si había pagado mi boleto, pero también soy una persona nerviosa y no confío en las personas que usan pistolas, me puse un poco nervioso.


Primero me revisaron a mi, supongo que uno se ve más sospechoso que una chica guapa, y pasé la prueba a pesar de mis gruesas gotas de sudor y la temblorina que me dio en las piernas. Ella que no había pagado abre su bolsa y con una tremenda sonrisa le dice al oficial: "¿Me deja buscarlo? No sé donde lo puse.", el oficial le sonríe, anonadado por su belleza y le resonde: "No se preocupe señorita, que tenga un buen día."


¡Qué carajos!


¡¿Qué carajos?!


Es impresionante lo que las mujeres bellas logran en los hombres. A un pobre chico que compartía el vagón con nosotros lo bajaron casi a golpes. El pobre muchacho no sabía que debías quedarte con el boleto una vez que hubieras pagado y lo había tirado. La verdad yo sí le creí. Se le veía asustado, más que a mi, más sudado y como traía bermudas, pude ver su temblorina.


Pero pues bueno, él no era guapo, ni mujer, ni sonreía mucho, sólo era alguien normal que no conocía los pormenores de viajar en Metro.


Las siguientes pocas, pero variadas estaciones en las cuales se prolongó mi viaje me quedé pensando en esas injusticias de la vida. Injusticias que yo no probaría en carne propia mientras viajara con ella, porque creía que su sonrisa me sacaría de cualquier problema.


Mujeres, lo que nos hacen creer...

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