con la tierra fresca que acababa de llover
te vi de blanco y llevabas algo azul.
Terrea y fresca, como la orilla de la mar.
Sin dolor, solo humana admiración
por tu encantador sonrisa y suave voz.
Un árbol cuelga del cuello tuyo
como un blanco de envidia
de poder estar todo el día
acariciando tu piel
y viéndote, siempre también, sonreir.
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