A la entrada del cabo entendí,
que en un desierto es difícil vivir.
El amor es un hábito que vestí,
hasta que me dijiste adiós.
Como nube menguante huiste,
y yo me partí llorando al río.
Seguí, ciego, el ruido del cauce,
testigo de mundo y prenda del aire.
Me hube parado, frío y mojado
a contemplar, desnudo, mi estado,
el río direcciona al mar,
al mar encomiendo mi cuidado.
A la entrada del cabo hube venido,
después del río haber nadado.
Mis quejas y dolores en carne viva
la sal las calma, no hay más querella.
La arena me recupera como raque,
testigo del viento y afrenta del variz.
Bastan las voces que hube llorado
y los ásperos frutos que maduraron,
para que una vez conocida la mudanza
se haya dado muerte al pasado.
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